lunes, 26 de julio de 2010

ESA GASTRONOMIA CALLEJERA


El carrito que frie sopaipillas y las expende con pebre y el otro que es un puesto de mote con huesillo son parte del paisaje urbano popular. En la oscuridad -a nivel ambulatorio- figura otra. La representa quien transita vendiendo hallulla fresca y huevos duros. Sin embargo, el sanguche de potito ocupa un lugar de privilegio por su originalidad. Funciona de modo nocturno, con frecuencia, cerca de los estadios. El aderezo es el ají porque "picantes" son los clientes. Siempre, donde menos uno piensa, esquivando a la policía sanitaria, como un rezago del ayer está la mesita plegable con el azafate humeante. Al centro, la atractiva longaniza y alrededor el picadillo de "potitos" o su sustituto "guatitas". En esa penumbra refulgen las llamas del fogón, ayer de carbón vegetal y hoy de gas licuado. Entre el resplandor del fuego y las tinieblas de la noche el vendedor -siempre un panzón con delantal "blanco"- ocupa también un sitial en la gastronomía callejera.

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